¡Disparen contra los docentes!
Está claro: la educación funciona bastante mal en casi todo el planeta. Las consecuencias de semejante descalabro se pueden observar por todos los sitios. Eso es lo que suponemos.
Vivimos en un mundo en crisis y la educación está llamada a redimirnos, a romper las cadenas que nos unen al atraso, a salvarnos de la adversidad, a empujarnos a un futuro de felicidad y bienestar. Falla la educación y la crisis se expande, multiplicándose, inventándose día a día en sus más variadas facetas: crisis económica, crisis de confianza, crisis institucional, crisis del modelo (o modelo de crisis), crisis política, crisis social, crisis cultural, crisis familiar, crisis de valores, crisis de abundancia y crisis escasez, crisis por el conformismo y por la insatisfacción, crisis por los excesos de los ricos y por el exceso de pobres, crisis del mundo del trabajo y crisis de un mundo sin trabajo, crisis de la infancia, de la juventud y de la ancianidad, crisis de la vida adulta, crisis en los estadios y en los santuarios, crisis de los vínculos, de los sentidos y de los sentimientos, de los afectos y de la subjetividad, crisis, al fin, crisis por todos lados.
Está claro: la crisis del mundo se reproduce y amplifica por la crisis de la educación. Eso es lo que suponemos.
Así las cosas, mientras no se encuentra el remedio, al menos, se pueden encontrar los culpables. En el Norte y en el Sur, la respuesta es siempre la misma: la educación funciona mal porque los docentes están mal preparados, carecen de las competencias necesarias para hacer de los niños y niñas sujetos emprendedores y competitivos, ciudadanos activos y responsables, consumidores criteriosos (u obsecuentes); porque los docentes son poco adeptos al esfuerzo, corporativos en sus prácticas organizativas y profundamente perezosos.
Los docentes suelen ser presentados como una versión moderna de Rip Van Winkle,
el personaje del relato de Washington Irving publicado en 1819. Un
hombre que tratando de huir de su insoportable esposa se queda dormido
bajo un árbol durante veinte años y, cuando regresa a su aldea, piensa
que todo continúa como estaba dos décadas atrás.
Desactualizados, desinformados, dormilones y
adeptos a la vagancia, los docentes son identificados por burócratas y
tecnócratas, comunicadores y comunicados, padres y madres, políticos y
gestores, gente de derechas y gente de izquierdas, hombres de negocios y
hombres cuyo trabajo enriquece los negocios de unos pocos hombres,
dirigentes y dirigidos; por la sociedad, en suma, como los responsables
de haber sembrado el vientre de todas las crisis, la crisis educativa.
No deja de ser sorprendente la unanimidad que concita la docencia
para atraer, contra sí, las iras, los arrebatos, el furor y la
indignación de todos los que se aventuran a opinar sobre el presente y
el futuro de la educación. Y sobre el presente y el futuro de la
educación se aventura a opinar todo el mundo. En definitiva, parecería
ser que el haber pasado por la escuela nos brinda los conocimientos
necesarios para formular un diagnóstico preciso sobre el estado de
nuestros sistemas educativos y observar el casi siempre pésimo desempeño
de los docentes en las salas de clase. Haber ido a la escuela o tener
un hijo en edad escolar nos aporta, sin lugar a dudas, un conocimiento
importante sobre el funcionamiento del sistema educativo y una opinión
sobre la calidad del trabajo de quienes educan a las nuevas
generaciones. Lo que sorprende es que, con llamativa frecuencia, esa
experiencia se des-subjetiviza y pasa a ser considerada el
fundamento de un diagnóstico riguroso y de precisión matemática para
determinar las causas y soluciones de la crisis escolar que estamos
viviendo.
Haber estado enfermos nos aporta una valiosa experiencia sobre el
dolor y la enfermedad. También, un gran bagaje de opiniones sobre el
desempeño de los médicos que nos atienden o atienden a nuestros seres
queridos. Entre tanto, aunque todos nos hemos enfermado alguna vez en la
vida, son pocos los que aceptarían que esa experiencia es suficiente
como para determinar los fundamentos y las prácticas de las políticas
públicas de salud a escala global. Nadie negaría que para opinar sobre
la salud pública hay que saber algo más que tomar la fiebre a un niño.
Entre tanto, para opinar sobre la política educativa solo hay que haber
ido a la escuela o, simplemente, imaginar lo que ocurre todos los días
en nuestras sala de clase. Para opinar sobre las políticas públicas de
salud hay que haber estudiado el tema. Para opinar sobre educación basta
con leer el periódico o escuchar a un especialista en banalidades que,
con superficialidad pasmosa, dice lo que piensa sobre una institución y
un enorme número de trabajadores y trabajadoras que sospecha conocer,
apoyándose simplemente en la fuerza mistificadora del sentido común. A
los médicos se los respeta, a los docentes, no.
La unánime opinión negativa sobre la docencia se refuerza con los
resultados de pruebas, encuestas e investigaciones que confirman
supuestamente que los docentes son, por definición y de manera general,
unos ineptos. No hay nada parecido a las pruebas PISA
en el mundo de la medicina. Tampoco, en el mundo de la ingeniería, de la
política, en el mundo empresarial o deportivo. Hay, es verdad,
campeonatos de todo tipo en el mundo de hoy. Sin embargo, no porque la
selección de Holanda nunca haya ganado el mundial de fútbol, a alguien
se le ocurriría decir que sus jugadores son poco profesionales,
incapaces, haraganes o indolentes.
Quienes eligen la profesión docente se enfrentan siempre a un
designio esquizofrénico, un mandato perverso que la sociedad les
atribuye de forma contradictoria. A ellos se les encomienda la difícil
tarea de salvar la nación, de revertir las herencias del atraso. Al
mismo tiempo, por no ejercer ese papel, se los desvaloriza y humilla
cotidianamente, en una especie de amnesia de génesis que borra las causas de todas las crisis, poniéndolas en la mochila de los trabajadores y trabajadoras de la educación.
Una encuesta realizada en varios países de Latinoamérica puso de
relevancia que la gente valoriza enormemente el papel de los docentes
para mejorar nuestras sociedades, pero la gran mayoría de las personas
no desea que sus hijos se dediquen a la docencia, por tratarse de un
trabajo ingrato, mal pagado y ejercido por personas sin la debida
preparación.
Trato de resistir a la tentación de aclarar que en la docencia hay,
en efecto, pésimos trabajadores y trabajadoras. Se trata de una
aclaración que reafirma la discriminación que sufren cotidianamente los
docentes. Hay maestros y maestras malos, incompetentes y displicentes,
claro. Como hay médicos malos, políticos malos, empresarios malos,
obispos malos, policías malos y hasta Premios Nóbeles de Economía malos,
malísimos. Cuando defendemos a los docentes, parecemos estar siempre
obligados a hacer la salvedad que sabemos que hay personas que ejercen
la docencia sin la menor condición de hacerlo. No pienso hacer esta
aclaración aquí.
Defiendo a los docentes porque creo que la docencia es una profesión
que se ejerce, en la mayoría de los casos, por personas que aman su
trabajo, que dedican un esfuerzo enorme a sus tareas, que tratan de
múltiples formas de mejorar, de capacitarse y de formarse para ser, cada
día, mejores; personas que respetan profundamente a los niños, las
niñas, los jóvenes y los adultos que educan; personas que, como casi
todas las que existen en este planeta, despiertan cada día para cumplir
su jornada dignamente, para ayudar con su labor a construir un mundo
mejor. Deberíamos pensar en esto cada vez que los humillamos y
descalificamos con diagnósticos precipitados que los transforman en la
bolsa de entrenamiento de una tropa de pugilistas que aspiran a que sus
puñetazos entorpezcan la mirada de la gente común.
Defiendo a los docentes, particularmente a los que ejercen la
docencia en las escuelas públicas, porque creo que la enorme mayoría de
los trabajadores y trabajadoras de la educación son diferentes a ese
colectivo indolente que retrata buena parte de la prensa y los más
diversos “especialistas” que afirman que vivimos una debacle educativa
que nos llevará a la ruina. Los defiendo porque creo que la lista de los
responsables de llevarnos a la ruina no comienza hoy, como nunca ha
comenzado, en las instituciones donde se construye, cada día, el futuro
de nuestra infancia.
No deja de ser cierto que los docentes, a diferencia de otras profesiones, suelen ejercer de manera tortuosa una especie de corporativismo invertido.
A pesar de las acusaciones de que los trabajadores de la educación sólo
defienden sus intereses y ocultan sus problemas bajo estrictos secretos
de sumario, la docencia suele ser una profesión que se muestra
públicamente mucho más adepta a evidenciar sus errores que a
disimularlos. Por ejemplo, los congresos, simposios y foros
profesionales docentes son, en su gran mayoría, eventos en los que se
discuten los problemas de la práctica magisterial, los errores cometidos
en el aula y la necesidad de mejorarlos; los defectos y no las virtudes
de la profesión; los retrocesos y no los avances en el desempeño
pedagógico. Puede consultarse la programación de cualquiera de los
congresos de docentes que se hayan realizado en su ciudad, para
verificar que quienes ejercen la docencia se critican a sí mismos mucho
más de lo que los critican sus crueles calumniadores externos. ¿Qué tipo
de corporativismo es éste en el que quienes ejercen una profesión se
muestran por lo que les falta y no por lo que los caracteriza? Los
congresos de educación suelen estar dedicados a poner en evidencia una
visión muy crítica o autocrítica de la práctica escolar.
Nada de esto ocurre en otras profesiones. Los médicos se reúnen en
congresos para discutir los avances y las buenas prácticas de la
medicina, no para compartir la idea de que la mala praxis médica está
generalizada en todos los hospitales. Claro que hay médicos que matan
personas por su incapacidad profesional. Nunca sería éste el motivo de
un congreso internacional, por ejemplo, de cardiólogos. Los ingenieros
se reúnen a presentar y conocer los avances de la ingeniería, no para
deprimirse colectivamente con los pésimos ejemplos de algunos ingenieros
cuya incompetencia generó enormes pérdidas de vidas humanas. Los
abogados discuten en sus congresos profesionales los avances de la
ciencia jurídica, no la corrupción de ciertos jueces y letrados que ha
puesto no pocas veces la justicia al servicio de los más poderosos.
Desde el punto de vista etimológico y conceptual, cualquier profesión es
más corporativa que la docencia. Sin embargo, raramente se denuncia el
corporativismo de los economistas, del clero, del ejército, de la prensa
o de los grandes empresarios. Sí, siempre, el de los docentes..
El problema parecería ser que, más allá de que a los docentes les
gusta enredarse en sus defectos, ellos reclaman con insistencia sobre
las pésimas condiciones que tienen para el ejercicio de su profesión,
sus bajos salarios y el persistente abandono de la educación pública en
nuestros países. Como resultado de esto, se critica el uso de las
huelgas, movilizaciones u otras medidas de fuerza para alcanzar las
demandas del sector.
Particularmente, creo que es importante que los docentes revisen sus
estrategias de lucha para conquistar el justo reclamo de una educación
de calidad para todos. Considero que las huelgas y otras acciones no
siempre consiguen generar la adhesión y solidaridad de los sectores más
pobres y de las clases medias, quienes necesitan más que nadie de la
escuela pública. Hay una enorme dificultad en las organizaciones
gremiales docentes para encontrar canales más efectivos de lucha que
integren a los sectores sociales que, al igual que el magisterio, nada
se benefician con las políticas neoliberales y conservadoras que
cuestionan y amenazan el derecho a la educación, transformándolo en un
privilegio de pocos.
Sin embargo, este necesario debate, no puede desviar la atención de
un hecho insoslayable: en buena parte de nuestros países, la educación
pública está bajo el asedio de políticas de privatización y
mercantilización que, entre otros factores, precarizan el trabajo
docente y degradan las condiciones de ejercicio de la docencia en las
escuelas, particularmente en las escuelas públicas. En América Latina,
aunque las oportunidades de financiamiento y la promoción de políticas
educativas innovadoras y populares han comenzado a revertir la herencia
neoliberal, por ejemplo, en países como Argentina, Brasil, Uruguay,
Bolivia, Ecuador y Venezuela, las condiciones salariales y de trabajo de
los docentes siguen siendo frágiles e inestables. En rigor, en casi
toda la región, la expansión de los sistemas educativos, promovida
durante las últimas décadas, se ha sustentado sobre una persistente
precarización del trabajo docente.
No cabe duda que los trabajadores y trabajadoras de la educación
deben mejorar y redefinir sus estrategias de lucha. Deben hacerlo para
volverlas más efectivas, no para disminuir su intensidad. Las
reivindicaciones docentes son justas y necesarias, ellas aspiran a
fortalecer la educación pública y ampliar el derecho efectivo a una
escuela de calidad para todos. El ataque a las organizaciones
sindicales docentes suele ser parte de un ataque más amplio contra
cualquier expresión de defensa y transformación democrática de la
educación pública.
Los docentes siempre, y más allá de todo paternalismo o visión
compasiva, se han sabido defender a sí mismos. Entre tanto, creo que
defender a la docencia de los ataques conservadores que hoy sufre desde
múltiples espacios, constituye un imperativo ciudadano.
En definitiva, si Ud. está leyendo esta nota es porque algún maestro o
maestra, alguna vez, le enseñó a leer. Y seguramente, le enseñó muchas
cosas más. Cosas que han sido vitales para constituirse como un sujeto
independiente y crítico.
No me cabe duda que Ud. pensará, muy probablemente, que sus maestros o
maestras eran mejores que los que hoy están en el aula; esos docentes
reales, que trabajan todos los días en nuestras escuelas, formando a los
niños y niñas que en algún momento ocuparán nuestros lugares. Pero no
nos equivoquemos. Siempre fue así. A su hijo o a su hija, si hoy están
en la escuela, les pasará lo mismo. Quizás sea fruto de una inevitable
ingratitud o la trama de una desmemoriada condena al desprecio por el
presente, por lo que tenemos y por lo que hemos sabido construir
colectivamente. Parece que los docentes deben conformarse con un
reconocimiento que se conjuga siempre en futuro imperfecto. Nuestros
niños, nuestras niñas y nuestros jóvenes les dirán a sus hijos e hijas
que sus maestros y maestras eran mucho mejores, más dedicados, más
comprometidos, más cariñosos, mejor preparados y exigentes.
Siempre fue así.
Y si siempre lo fue, respetemos a los docentes que trabajan en
nuestras escuelas, reconociendo en ellos la herencia de un futuro que
nos hará, quizás, hombres y mujeres mejores, más humanos, más
solidarios, más generosos y libres.
Desde Río de Janeiro
Para seguir leyendo…
La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) ha producido un excelente informe sobre la docencia en Iberoamérica, Desarrollo profesional docente y mejora de la educación. Miradas sobre la educación en Iberoamérica 2013. Vale la pena consultarlo.
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