Sin entrar a definir cada
unos de los términos, labor ya realizada por una multitud de autores, si
se quiere denotar que en el ámbito pedagógico se
utilizan indistintamente, y a veces incluso como sinónimos, los términos
educación y formación. A este equívoco se añade la indecisión terminología en
la utilización de los vocablos en otras lenguas, como la francesa e inglesa
(educación y formación; educación y training, respectivamente), tal y como
puede comprobarse revisando la bibliografía existente. Pese a ello, podría
realizarse con mayor o menor dificultad una distinción teórica entre educación
y formación; no obstante, en este trabajo únicamente nos interesa su
vinculación a los diversos conceptos de la educación de adultos para finalmente
llegar a caracterizarla en el profesorado.
Es cierto que la
educación permanente de adultos abarca todos los procesos de culturización de
la población a los largo de su vida y podemos situar dentro de ellas,
concentricamente, todos los subsistemas de educación específicos. Por tanto, la
educación permanente incluye la educación gradual de cualquier persona en edad
adulta y desde luego, también la de aquellos estadios que se consideran como de
formación inicial en alguna disciplina.
Según Imbernón (1994; p. 13).
“La formación permanente o continua cubre pues la formación postescolar y
derivada de la ocupación profesional”. Este concepto está en consonancia con el
de la UNESCO, que
considera que formación implica la adquisición de conocimientos, actitudes, habilidades
y conductas íntimamente asociados al campo profesional.
“…es necesario considerar
la formación permanente del profesorado como un subsistema específico, dirigido
al perfeccionamiento del profesorado en su tarea docente, para que asuma un
mejoramiento profesional y humano que le permita adecuarse a los cambios científicos
y sociales de su entorno” (Imbernón, 1994; p. 13).
Por lo tanto, la
formación permanente del profesorado de cualquier nivel educativo supondrá
entonces la actualización científica, psicopedagógica y cultural,
complementaria y a la vez, profundizadota de la formación inicial, con la
finalidad de perfeccionar su actividad profesional.
Sin entrar a definir cada
unos de los términos, labor ya realizada por una multitud de autores, si
se quiere denotar que en el ámbito pedagógico se
utilizan indistintamente, y a veces incluso como sinónimos, los términos
educación y formación. A este equívoco se añade la indecisión terminología en
la utilización de los vocablos en otras lenguas, como la francesa e inglesa
(educación y formación; educación y training, respectivamente), tal y como
puede comprobarse revisando la bibliografía existente. Pese a ello, podría
realizarse con mayor o menor dificultad una distinción teórica entre educación
y formación; no obstante, en este trabajo únicamente nos interesa su
vinculación a los diversos conceptos de la educación de adultos para finalmente
llegar a caracterizarla en el profesorado.
Es cierto que la
educación permanente de adultos abarca todos los procesos de culturización de
la población a los largo de su vida y podemos situar dentro de ellas,
concentricamente, todos los subsistemas de educación específicos. Por tanto, la
educación permanente incluye la educación gradual de cualquier persona en edad
adulta y desde luego, también la de aquellos estadios que se consideran como de
formación inicial en alguna disciplina.
Según Imbernón (1994; p. 13).
“La formación permanente o continua cubre pues la formación postescolar y
derivada de la ocupación profesional”. Este concepto está en consonancia con el
de la UNESCO, que
considera que formación implica la adquisición de conocimientos, actitudes, habilidades
y conductas íntimamente asociados al campo profesional.
“…es necesario considerar
la formación permanente del profesorado como un subsistema específico, dirigido
al perfeccionamiento del profesorado en su tarea docente, para que asuma un
mejoramiento profesional y humano que le permita adecuarse a los cambios científicos
y sociales de su entorno” (Imbernón, 1994; p. 13).
Por lo tanto, la
formación permanente del profesorado de cualquier nivel educativo supondrá
entonces la actualización científica, psicopedagógica y cultural,
complementaria y a la vez, profundizadota de la formación inicial, con la
finalidad de perfeccionar su actividad profesional.
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